Días de Radio cuento de Ernesto Pierro
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DIAS DE RADIO de Ernesto Pierro
Aquella noche venían a cenar el tío
Beto y la tía Ramona.
Yo los quería mucho, especialmente al tío Beto que, como era mecánico, vestía
siempre un mameluco engrasado que alguna vez habría sido azul.
Aquel mameluco tenía unos bolsillos enormes que el tío Beto llenaba de caramelos cada vez que venía a visitarnos.
A mí me daba rabia tener que repartir esos caramelos con mi hermanita menor -la Cloti-, pero la tía Ramona se encargaba de vigilar que no me quedara con más de los que me correspondían.
La abuela Antonia había amasado
tallarines toda la tarde. Me dejó que la ayudara a cortarlos a pesar de las
protestas de mi madre, que estaba muy enojada porque mi cuaderno era un
desastre, y yo esa mañana había faltado otra vez al colegio para ir a jugar un
desafío contra los del barrio de La Quema.
También la enojaba tener que cubrirme ante mi viejo, que si se enteraba de mis rateadas agarraba el cinturón o la chancleta y me dajaba de cama. Y eran otros tiempos...
Como la abuela me defendió y pude
cortar los tallarines, mamá se vengó no dejándome escuchar a Tarzán: se pegó a
mí como las figuritas al álbum justo en el horario del programa, para vigilar
que al menos hiciese los deberes.
Mientras tanto la Cloti aprovechó la situación, y junto a esa amiguita narigona que tenía, se puso a jugar con aquellos autitos rellenos con masilla que yo quería tanto, borrando a propósito de a poco, las líneas de tiza con las que yo demarcaba el circuito para las carreras.
¡Pero bien que mi mamá prendió la radio más tarde! Y eso que justo habían llegado el tío Beto y la tía Ramona, pero mamá por nada del mundo se perdía ¡Qué pareja!, con Blanquita Santos y Héctor Maselli.
Esa vez el tío no vino con el mameluco sino empilchado con sombrero y todo, aunque igual trajo chocolatines, que a Clotilde y a mí nos encantaban y que mamá nunca nos compraba porque decía que después nos venía la colitis.
Mi papá llegó como siempre a la
hora del Glostora Tango Club, que no dejaba de oír ni cuando le agarraban esos
ataques de tos que lo volteaban.
Además, él solía decir que tenía 4 amores: su familia, Racing, los hermanos
Gálvez y De Angelis. Con el sentimiento por Racing y por los Gálvez no había
mayores problemas, porque mientras papá escuchaba las transmisiones de Curcu o
de Sojit, mi vieja cebaba mate y jugábamos los cinco (la abuela también se
prendía) a las cartas o a la Lotería.
Pero en cambio con el fanatismo por De Angelis la cosa era distinta, porque a
mamá la ponía triste que papá lo usara como excusa para irse cada tanto a
milonguear.
Los Varese golpearon la aldaba
justo cuando la abuela Antonia estaba por servir los tallarines.
Los Varese vivían al lado de casa. No sé que problema habían tenido con su
aparato de radio, así que venían a escuchar Los Pérez García con nosotros.
Como la abuela siempre cocinaba de más, los tallarines alcanzaron también para
ellos.
Los Varese tenían un hijo algo mayor que yo con el que a veces me peleaba,
sobre todo si me ganaba a las bolitas, pero esa noche me puso contento compartir
la cena con él, y que le gustara como a mí la banana pisada con miel, que
paladeamos mientras oíamos "Son cosas de esta vida".
Después de la cena, como era 29 de
junio, salimos todos a la calle, porque ya se había hecho hora de encender la
fogata de San Pedro y San Pablo que, como todos los años, se armaba sobre el
empedrado a partir del cordón de la vereda de mi casa, que estaba en una
esquina.
Creo que esa noche no faltaba nadie del barrio rodeando esa montaña de ramas
que yo había ayudado a formar y a cuidar.
En los días previos había sido mi
refugio preferido, y me había sentido un héroe custodiando una fortaleza, cada
vez que me había tocado vigilar que nadie se llevara ramas de allí. No había
dejado mi lugar de custodia ni cuando ésta me vino a tocar justo a la hora de
"La pensión del campeonato".
Como siempre, algunos vecinos habían llevado papas para ponerlas luego en las brasas, aunque ese año se quedaron con las ganas de asarlas.
La fogata creció majestuosa, hasta
alcanzar al enorme muñeco que estaba puesto en la cima.
Se reía y se cantaba con una alegría sincera y contagiosa. Don Pepe tenía la
guitarra en sus manos. Don Frutos había llevado su bandoneón, y a mí me ponía
muy feliz saber que al rato iba a ver bailar a mamá con papá y al tío Beto con
la tía Ramona.
Pero de pronto, una chispa traviesa
se propuso arruinarnos la fiesta, y el grito de ¡fuego!, ¡fuego!, empezó a
crecer como la llamarada que salía de mi casa. Días después yo le haría notar a
mi padre que en aquel momento le oí decir todas esas palabras que, bajo pena de
severa paliza, nos tenía prohibidas a la Cloti y a mí.
Palabras que acompañaron a la orden terminante de no movernos de al lado de
nuestro madre, que ya nos cubría con sus brazos.
Así que mamá, Clotilde, la abuela, el hijo de los Varese y yo, apoyados en la cortina del almacén de Don Andrés -que estaba frente a casa-,
miramos como todos los vecinos, junto a papá y a los tíos, corrían de aquí para allá con baldes y palanganas.
Los bomberos -a los que vi entonces por primera vez de tan cerquita- llegaron pronto, y lo primero que hicieron fue levantar aquella pesada y oxidada tapa de Obras Sanitarias de la Nación que estaba amurada en la vereda (esa misma tapa que, junto a otros chicos, yo levantaba cuando llegaban los Carnavales, porque ni bien la sacábamos salía disparado de allí un enorme chorro de agua, con el que jugábamos hasta que algún vecino llamaba a la Policía).
Conectaron inmediatamente una enorme manguera, y entraron a casa por la puerta y las ventanas. En un ratito nomás la llamarada trocó en humareda y luego en historia, y entonces volvieron a la calle y se dedicaron a apagar las llamas de la fogata, desoyendo las súplicas de los más chicos, que tratamos de hacerles entender que ya que el fuego de mi casa se había apagado, la fogata se podría dejar como estaba. Al rato nomás partieron, y tras ellos, volvieron a sus hogares los amigos y vecinos, incluidos Don Pepe y Don Frutos.
En casa el fuego solo había chamuscado unos pocos muebles de la sala; pero de eso me enteré después, porque lo primero que hice al entrar fue ir corriendo desesperado hacia la cocina, para asegurarme de que el aparato de radio no se hubiera quemado, ya que al haberme quedado sin fogata ni fiesta, al menos no quería perderme a Marianito Bauzá en "La
virgencita de madera", que esa noche, desde el teatro, transmitía Radio Porteña.
Autor: Ernesto Pierro
Entrañable cuento y hermoso tango que no conocía!
ResponderEliminarMuchisimas gracias Marce, me emociona tantos buenos comentario, abrazote fuerte!!!
EliminarEntrañable cuento !
ResponderEliminarQuerido Raúl,me has emocionado con la impecable lectura de mi cuento, enriqueciendolo además al agregarle fragmentos de las presentaciones de inolvidables programas que cité en el relato. Muchísimas gracias
ResponderEliminarGraciassssss querido Ernesto, a mi me emocionaba al leerlo, y creo que trate de transmitir esa emoción al grabarlo, me alegro mucho que te haya gustado. seguro pronto habrá otro cuento tuyo... abrazo enorme....
EliminarHola querido Raul,que lindo recuerdo!!!Excelente el cuento de mi amigo Ernesto Pierro e impecable la forma en que ll presentaste.De las fogatas tengo un vago recuerdo.Creo que las vi una p dos veces y ni siquiera aquí en Loria sino en Parque Chacabuco, en casa dr mi prima.Pero tengo un recuerdo imborrable de las tardecita creo que aprox'entre 19 y 20 hs.desde Que pareja hasta Los Perez García!!!!
ResponderEliminarTe envió un fuerte abrazo tanguero!!!
Querida Marta, siii excelente cuento, de Ernesto, un capo como escribe, y también sus letras de tangos y valses, yo le grabé uno dedicado al Nano Serrat. me alegro que te haya gustado, mi forma de recrearlo, un fuerte abrazo y seguimos generando tango!!!
EliminarHermoso cuento en el que se palpita la vida de una familia típica argentina de la década de los 50. Recuerdo que mi madre recordaba muchos de los programas mencionados, en especial el de Tarzan que escuchaba mi mamá con mi hermano mayor.Calido relato acompaño a este hermoso cuento de Pierro. Mejor final con la voz del polaco, imposible. Felicitaciones a cuentista y relator. María Hortensia de Bernal, pcia de Bs As Argentina
ResponderEliminarMuchísimas gracias Naría, por tu comentario, es bueno saber que se aprecia un excelente relato del estimado Ernesto Pierro, abrazo fuerte!!!
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